Luego de treinta minutos de viaje en tren, penetré en el vientre horadado de Paris…Estación Chatelet…orificios, túneles de gusano, aberturas circulares de roedores por donde circulan a diario millones de franceses-hormigas en busca de transporte…negros, indios, argelinos, japoneses, gitanos, latinos son tragados por el monstruo, recorren sus vísceras de papas fritas, aceites quemados, bebidas gaseosas, vapores, gases comprimidos y luego son vomitados en alguna cuneta de la ciudad….Estacion Chatelet…es una aberración arquitectónica, una cloaca en donde falta el aire, siempre falta aire, es un chiquero gigantesco, un pulpo de largos brazos que penetran con alevosía las entrañas de la ciudad, es un tumor que crece en dirección al centro de la tierra en medio de un pozo de papeles sucios, deshechos, fruta podrida, malos olores, sonidos estridentes de los trenes que doblan, frenan, sacan chispas contra los rieles.
Finalmente salí como un náufrago al aire de la ciudad como quien emerge de un bote de basura.
Por allí, en alguna parte, me esperaba La Puerta del Infierno, una de las grandes obras del escultor August Rodin, quien se inspiró para su diseño en La Divina Comedia. Bajo el dintel, de la versión que se exhibe en el Museo d’Dorsay, es posible leer: ¨Vous qui entrez, abandonné tout esperánce¨. El autor esculpió un centenar de figuras en ambas jambas que permanecen cerradas –porque entrar al Infierno tampoco es fácil- pero plagadas de seres en movimiento pese a la rigidez del metal; allí los condenados gritan, salen a medias desde ese caldo negro, intentan retornar, se retuercen, parecen caer, sobresalen, estiran sus manos en busca de ayuda, son tragados por la masa oscura del bronce patinado. Allí están representados las tres Sombras sobre el dintel, Orfeo y las Ménades, los siete pecados capitales, el Pensador y la figura dramática de Ugolin et ses enfants.
Según el mito, retomado por Dante en el último círculo del infierno, Ugolino le explica al autor de la Divina Comedia cómo él, sus hijos y nietos -que habían sido hechos prisioneros en la Torre del Hambre por una disputa política entre guelfos y gibelinos- murieron lentamente de inanición, pero que antes de morir, sus descendientes le pidieron que se comiera sus cuerpos («Padre: más corto será el duelo si comes de nosotros: Tú que vestiste nuestra carne, desnúdala si quieres»). Por esta razón, a Ugolino Della Gherardesca se le conoce como «el Conde Caníbal», y a menudo se le representa mordiéndose sus propios dedos.
En la amenazante puerta están plasmados el temor, la avaricia, la lujuria, un adolescente desesperado, el dolor, la envidia y, sobre todo, el amor fugitivo, el abandono. El mismo que representó la bella Camille Claudel en su obra escultórica ¨L’âge mûr¨.
Camille –de ojos azules como el cielo de Paris- conoció a Rodin cuando ella tenía 18 años, ganas de aprender y de refugiarse en los brazos de su maestro y amante. El escultor amasó su cuerpo adolescente con sus manos encallecidas, dobló sus piernas, plegó sus brazos, movió su cabeza buscando la orientación adecuada, ordenó sus cabellos por encima de un hombro para que cayesen sobre uno de sus pechos de niña, le levantó el mentón y tras un apasionado beso, la convirtió en piedra.
Conservo en los ojos de mi memoria la pasión desenfrenada de Camille por su amante. Ella lo dio todo, sacrificó todo por él, incluso debió usar un seudónimo –Madmoiselle Say-, para evitar que la mujer de Rodin se enterase de su relación. Sin embargo Rodin no estaba dispuesto a comprometerse, ni siquiera se había casado con su conviviente –Rose Beuret- y sólo lo hizo cuando ella estaba agonizando en su lecho de muerte. Camille, desesperada por no poseer a August como ella hubiese querido, cae en una profunda depresión. Los demonios de los celos no la dejan en paz. La locura cae sobre ella como la ola que esculpió en ónix. Enloquece, se encierra en su taller, deja de comer, rasga sus vestiduras, se arranca los cabellos, el alcohol no le da la tranquilidad que necesita, deambula entre sus esculturas, toma un martillo y las destruye. Se salva L’âge mûr, que se exhibe en el segundo piso del Museo Rodin. Ella se representa en la obra como una mujer arrodillada que suplica, casi se arrastra, estira sus brazos para tratar de retener a su amado quien le da la espalda y es alejado de allí por una mujer con alas, mitad demonio y mitad ángel.
Rodin, de barba faraónica y semblante faunesco, comprende muy tarde que ama entrañablemente a Camille. Hace lo posible por ayudarla, pero ella ya no es de este mundo. Así, los ojos miopes del escultor apenas la pueden divisar cuando la suben a un carruaje envuelta en una camisa de fuerza y la llevan a la Maison de Santé de Ville-Evrard y años después definitivamente a un manicomio. La hermosa Camille –que había despertado los ardores incestuosos de su hermano Paul- permanecerá en su encierro involuntario, sin recibir visitas durante 30 años tras los cuales muere vieja, desgreñada y sin dientes. Es enterrada en una fosa sin nombre y cuando su hermano quiere exhumar sus restos para depositarlos en una tumba digna, le responden que debido a algunos trabajos que se hicieron en el centro siquiátrico, los huesos fueron diseminados y se desconoce su paradero.
Concluyó así la vida de una mujer creativa, inteligente y hermosa que durante 15 años amó con una pasión descontrolada al gran creador de la Puerta del Infierno –esa que llevamos todos a cuesta- y que hoy se puede visitar en el museo de los amantes por 9 euros.
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