viernes, 3 de agosto de 2012

L'Oise Paris

L'Oise (Paris)





         ¨Pour ouvrir les yeux, il faut savoir les fermer…pour bien regarder, il nous faut –paradoxe d’experience – toutes nos larmes.¨
 Conservo en los ojos del corazón la amistad de Adrián y de su compañera Françoise, quienes me abrieron las puertas de su hogar para que este Viejero reposara allí sus cansados huesos.
         Con ellos conocí el Castillo de Chantilly dibujado bajo las nubes como un sueño de piedra bajo los sones de un minueto Rococó, allí donde un par de emperadores pudo disponer a diario de miles de platos preparados por los mejores cocineros de Francia, mientras los obreros de Paris apenas tenían dientes para morder un trozo de pan.




         Con ellos conocí pequeñas villas de calles empedradas en donde parece no vivir nadie…son villorrios de calles sinuosas que parecen sacadas de un cuento infantil mientras en el cielo se aglutinan unas enormes nubes blancas y grises…son pueblitos tan bellos y perfectos que parecen recién lavados, planchados y tendidos al sol.




Con ellos conocí la Abadía de Saint Jean, cuyos muros del siglo XII resisten, muertos de la risa, el paso del tiempo. Allí vimos la imagen del Cristo sin brazos y la del hijo de María y José con pañales de trapitos puestos sobre su piel negra; también vimos la virgen de piedra enseñándole a caminar a un Cristo niño y a un hombre –que mostraba a los ojos de un dios castigador su sacrificio- un cordero recién degollado sobre sus hombros mientras su cuerpo era bañado con la sangre del animal.




Con ellos recorrí el Castillo de Pierrefonds enclavado en un monte que domina un pueblo de juguete, en el corazón de las miles de hectáreas del bosque de Compiégne. La reconstrucción de dicha fortaleza fue un esfuerzo inútil, pues nadie la habitó y hoy son los despojos de un teatro viejo, armado con la dura piedra en sus almenas, torres y el foso circundante. Allí solo habita el polvo de los zapatos de los visitantes y el eco de sus pasos que retumba en las enormes chimeneas de sus aposentos. Los gigantescos cuartos permanecen vacíos, sin vida, horriblemente decorados con animales y plantas estrambóticas. El interior del castillo más parece el decorado de una representación teatral que nunca se hizo, sus paredes húmedas, chorreadas están pobladas de gárgolas, animales míticos esculpidos a fuerza de una imaginación dominada por el terror al infierno, por seres deformes, contrahechos, retorcidos. Cuando bajamos las escalas hasta el fondo de pozo de la oscuridad total, nos encontramos con su vientre poblado de huesos apolillados, allí donde cada tumba aparece adornada con esculturas trazadas a escala humana y que corresponden a un obispo barrigón, a una archiduquesa frígida, a un empolvado conde cuya vida inútil nadie recordará. Los cuerpos blanquecinos parecían cobrar vida con el reflejo del flash y sus sombras se deslizaban inquietas por los muros. Algunos estaban en un perpetuo reposo, otros tendidos mientras un par de ángeles les hablaban al oído, otros meditaban de rodillas, alguno expresaba fastidio. El conjunto daba la impresión de  una extraña tertulia de personas que iban a salir de su rigidez cuando se cerrara de golpe el portón del castillo tras el último visitante.
Con ellos conocí también el Castillo de la Dama Blanca del Lago que me hizo recordar algunos pasajes de El Quijote, como cuando el héroe de la literatura española enfrenta al Caballero de la Blanca Luna en una playa de Tarragona. Pero este pequeño baluarte, plagado de historias de fantasmas, apariciones, muebles que se desplazan sin que nadie los toque permanece inmutable con sus ventanas de ojos cerrados junto al pequeño lago de aguas inmóviles.




         Así, con los ojos de la memoria, seguiré recordando a Adrián y Françoise, porque con ellos se confirma el dicho de que más vale tener amigos que ser millonario.

2 comentarios:

  1. Hola profesor, ¿cómo ha estado? ... Al ver las fotos, parece que bien!
    Con Sebastián hemos estado siguiendo su blog, le enviamos saludos.

    Atte.
    Ismael Osorio.

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    1. Gracias, muchachos, por sus saludos.
      Los llevo en mi corazón, así es que sigamos viajando y ¡Salucita!
      Un abrazo fraternal
      Carlos

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