miércoles, 11 de julio de 2012

Animales



La Gata mordía la nuca del Guarén con sus dientecillos ensalivados mientras los comensales mirábamos de reojo la lucha. Parecía un juego, pero la imagen resultaba embarazosa. Cada tanto, el almuerzo se interrumpía cuando la Culebra se deslizaba entre nuestros tobillos y, obligadamente, levantábamos el mantel para mirarla en un gesto de urbanidad. Nadie lo decía, pero no podíamos saborear en paz la cabeza de chancho a que nos habían invitado.  Sólo el Mono, el anfitrión, disfrutaba de la comida y se reía de los sobrenombres que les había puesto a sus hijos.
Carlos F. Reyes

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