Como seguía enamorado de mi mujer, le arranqué un ojo. Lo
limpié y lo guardé en un frasco azul con agua destilada. Parece un pez globo
que sube y baja en ese pequeño océano de cristal. Me mira y busca el resto de
su cuerpo. Cuando se produce un temblor, se estremece y da botecitos asustado.
No es para menos, en el último terremoto le cayó una viga que le partió la cabeza.
Entonces se lo saqué. Yo la amaba con toda mi alma y el ojo me había costado re
caro en el Persa.
Carlos F. Reyes
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