
Nicanor
Parra tenía razón
Carlos
F. Reyes
Chile es un país que da lástima. Donde pongas el dedo
sale pus. Lo cual es revelador porque
confirma el grado de descomposición a que hemos llegado. Resulta fastidioso
describir el extenso listado de todos los aspectos putrefactos: corrupción, robo,
engaño, cohecho, malversación que ocurren en cualquiera de las instituciones de
la República y también en el ámbito privado. Nos hemos convertido en un país rasca,
arribista y endeudado. La pandemia, y antes el estallido social, han corrido el
velo para que veamos el rostro de
nuestra condición de paisito pobre, carente de un Estado fuerte preocupado de
la salud y el bienestar de los ciudadanos. Los que se creían pertenecientes a
la clase media, hoy saborean el té sin azúcar de los más pobres. La gente
reclama, desde el estallido social, algo más potente que un cambio político, es
una demanda más profunda, es la urgente
necesidad de un cambio cultural, “hasta que la dignidad se haga costumbre”. El
modelo económico-político impuesto en dictadura y administrado golosamente por
los políticos de la Concertación y Nueva Mayoría se desplomó estrepitosamente.
Los chilenos podemos ver (“Chile despertó”), tal vez por primera vez, la
podredumbre, el grado superlativo de injusticia social, sin necesidad de una
vanguardia encargada de explicarnos la maldad de los gobernantes. Los chilenos
tenemos cada día más claro que el Presidente no gobierna, que defiende con
dientes y muelas los intereses de los empresarios, que desprecia la hambruna de
la población, que no puede controlar sus incontinencias conductuales, que está
en su fase final, que perdió legitimidad y el apoyo de su propia coalición. Es
el rey desnudo por antonomasia.
El
sistema político dejó de ser una caja negra y hoy, gracias a las redes
sociales, es una casa de vidrio expuesta al escrutinio de un público que
observa, se informa y opina. Así, por ejemplo, el debate del miércoles 8 acerca
del retiro del 10% de las AFP fue seguido por 2,5 millones de chilenos que
estaban interesados en conocer los argumentos de los parlamentarios. Los
espectadores/auditores se enteraron en el debate que las AFP durante el primer
trimestre de 2020 habían aumentado sus utilidades en 100 % con respecto al mismo período del año pasado,
que los fondos de pensiones aportados por los trabajadores no sólo enriquecen a
los dueños de las Administradoras sino que también van a parar al bolsillo de los
grandes grupos económicos, como el de Luksic que recibe 9 mil millones de
dólares (sí, leyó bien: 9.000 millones de dólares) de los ahorrantes; que el
grupo Said atrapa US$ 7.413 millones de dólares; que los grupos Yarur, Saieh,
Matte, Solari también reciben financiamiento fresco de los fondos de pensiones.
Y lo mismo ocurre con los bancos e instituciones financieras, tales como el
Banco Chile, Santander, BCI, Itaú, Scotiabank y otros.
Mientras,
los estudios de la Fundación SOL, indican que a diciembre de 2019, la mitad del
casi millón de jubilados bajo este sistema, reciben una pensión menor a $202 mil pesos mensuales, en tanto
que la mitad de quienes se pensionaron en 2019 reciben una jubilación de menos
de $49 mil pesos mensuales. Los datos hablan por sí mismos: el sistema de
rentas individuales administradas por las AFP fracasó tras 40 años de su
implementación.
En
este contexto, la Cámara de diputados debía votar para introducir o no una
reforma constitucional que permitiera a los cotizantes retirar hasta el 10% de
sus ahorros en tiempo de pandemia y, de ese modo, aliviar la crisis económica
que golpea duramente a la mayoría de los hogares. El resultado fue una derrota aplastante
para el gobierno, pues los votos de la oposición más 13 de gobierno y la
abstención de 30 diputados se sumaron por el retiro del 10%. Este traspié sufrido
por el gobierno quedará registrado en los Anales de la política chilena.
Derrota que no fue sólo política sino ideológica. Es notable que pese a todas
las presiones ejercidas por el Mandatario, 13 diputados de la derecha hayan
saltado los torniquetes del poder
presidencial para abrir las puertas del corazón económico a los desposeídos. La
cueva de Alí Babá quedó expuesta, fulgurante, ante los ojos de un pueblo que
pasa hambre.
Este
hecho tuvo un carácter ideológico porque se trataba de votar ni más ni menos
que un proyecto de reforma constitucional, que intenta modificar la Biblia
empresarial, significó la posibilidad de
doblar la mano a los gremialistas que usan la Constitución del 80 como un
manual para hacer negocios.
Fue
una destapada de olla descomunal en un país que ocupa el sexto lugar en el índice de la pandemia mundial, que ya superó
los 300.000 infectados y registra más de 11.000 muertos (DEIS) a causa del mal
manejo del Covid-19; que contabiliza un desempleo disparado que llega al 11,5%,
con 2 millones de desempleados (Estudio UC); con créditos que no llegan a las
Pymes por los trámites burocráticos que se les exige; con cajas de mercaderías distribuidas
tarde, mal y nunca; con un rimbombante Plan Clase Media que murió a poco andar
y que sólo ofrecía endeudarse, en fin, con soluciones a cuenta gotas que llegan
tarde y no resuelven la angustia de la gente que no tiene qué comer.
Tras
la votación se encendieron las alarmas en la Derecha, el gremialismo pegó el
grito en el cielo y sacó a relucir los cuchillos. La senadora van Rysselberghe,
dejó la copa a un costado y, desesperada por recuperar espacios de poder, se lanzó
contra la yugular del ministro Blumel, de Evópoli, responsabilizándolo del fracaso.
Longueira salió del corazón de las tinieblas con una misiva tétrica, de corte
bíblico, apelando a los “valores, principios y estilo de la UDI”. Allamand,
Cubillos y Mathei iniciaron la campaña del terror entre sus huestes y pronto
fueron secundados por las AFP que enviaron millones de cartas a sus cotizantes anunciando
el fin de mundo si retiraban el 10% de sus fondos. Piñera se enfurruñó, le dio
la consabida pataleta y decidió suspender el comité político de los lunes con
los partidos de la coalición y, de paso, vetó dos proyectos enviados por el
Congreso. El latifundista Carlos Larraín, le arrastró el poncho al mandatario,
señalando que los partidos deberían apoyarlo “…aunque fuera chico, feo y
tonto”. Otro Larraín, esta vez Hernán,
Presidente de Evópoli hizo un llamado dramático
a la unidad, agitando la bandera de las “convicciones”.
Y
así, al día siguiente, muchos paladearon el exquisito sabor de la marraqueta, en
tanto a otros se les cortó la leche de búfala y el paté de jabalí les resultó amargo.
Por otra parte, se dio comienzo a la segunda entrega de las cajas de comida que
incluye una sorpresa, porque así funciona el espectáculo del hambre, tres
preservativos. Me pregunto qué pensarán los(as) políticos(as) beatos(as) ante
la repartición de 9 millones de condones a la población. Esta ópera bufa por el
poder continuará en el Senado y en otras instancias burocráticas, veremos qué
ocurre con este tira y afloja, pero lo más curioso es que nuestro insigne poeta,
Nicanor Parra, se adelantó a su época (no olvidemos que de la palabra “vate”
{poeta} se deriva el vocablo “vaticinio” {predecir, presagiar}) pues sostuvo hace
mucho que “La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”.
Carlos
F. Reyes
Prof.
de Estado en Castellano
U.
de Chile
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