La
calle no calla
(13
de noviembre de 2019)
Carlos F. Reyes
Profesor jubilado
Subo
la veintena de peldaños que me llevan al ascensor Espíritu Santo respirando apenas
el aire enrarecido. Las puertas permanecen cerradas. Tengo que bajar a pie. Doy
media vuelta y desciendo el cerro tapándome la nariz. El olor de los neumáticos
quemados junto con el polvo lacrimógeno es insoportable.
Ya
no se escuchan las voces de protestas
que ayer cruzaron el aire, se fueron con el viento, navegaron mar adentro. Sin
embargo el clamor popular está clavado en cada muro, poste, kiosko, vereda o
basurero de este puerto herido.
“No le pidas soluciones al Estado
Si el Estado es el problema”.
En
el plan hay poco movimiento. Algunos automóviles recorren las calles y
disminuyen cautelosos la velocidad en las esquinas.
La
calle no calla. Sigue gritando en las paredes, en las cunetas, en las calzadas,
en las cortinas cerradas de los negocios.
“Aún no se gana nada
La lucha continúa”
Es
la caligrafía popular que estampó su reclamo en los muros de la ciudad-puerto, la
más grafitteada en Chile. Pero ahora no es el garabato incomprensible de un loco que dejó su marca como un perro que
mea en un árbol. Estas son voces legibles, indignadas:
“Tiempos mejores:
Ni pacos ladrones
Ni milicos asesinos”.
Avanzo
por calle Edwards pisando vidrios rotos, trozos de estuco, cascajos. En la
esquina de Independencia aún sale humo de la farmacia incendiada. Huele a palos
quemados que flotan en el agua estancada del primer piso. Arriba asoman vigas
negras como alas de cuervo. La muerte ronda por las calles.
“Cuando la tiranía es ley
La revolución es orden”
La
rabia de los porteños quedará estampada en los muros para las próximas
generaciones.
“Maldito el soldado que empuña su
arma
Contra su propio pueblo” (S.
Bolívar)
Las
pocas micros que circulan por Pedro Montt lo hacen zigzagueando para evitar los
palos con clavos, trozos de latas, cartones, neumáticos, adoquines que forman
los restos de barricadas.
“Nuestros muertos no se negocian”.
Los
muros gritan como si fuese un coro griego que clama por justicia mientras el
Gobierno se reúne. Sí, se reúne con Pedro, Juan y Diego en los salones
alfombrados de Palacio. Hace como que dialoga, toma tecito. De ese modo el
Mandatario hace como que gobierna. Mantiene un diálogo consigo mismo, sin dar
una respuesta política al clamor de la ciudadanía.
“Muerte al capital
hasta lograr la dignidad”
Los
numerosos espejos de Palacio reflejan el paso del Mandatario que se mira de
reojo en ellos. Va camino a dar una declaración ante el país. Hay expectación.
Se detiene, se ajusta la corbata roja que resalta sobre el terno azul, aplasta
con la mano un mechón de pelo, se ajusta el largo de las mangas, ensaya una
sonrisa, pero le sale una mueca. Los periodistas esperan impacientes, el país
entero quiere conocer sus drásticas medidas para resolver políticamente el
reventón ciudadano que enfurecido apunta contra al oligopolio nepotista, contra
la élite política corrupta, contra la feroz desigualdad que indica que hay un
grupo selecto de chilenos (0,01%) que
recibe mensualmente $459.446.908 en tanto el 50 % de los trabajadores recibe
$232.823 cada mes.
“Uno se puede engañar
y a los demás,
pero no a la realidad”.
El
mechón de pelo se levanta rebelde. Decide dejarlo porque le da un aire de
descuido, como de exceso de trabajo. Avanza sobre la gruesa alfombra bajo la cual se han barrido
tantos escándalos (Penta, Soquimich, Caval, colusión del Confort, fraude del
Ejército, colusión de los pollos, Pacogate).
“No era depresión;
era el capitalismo”
Grita el pueblo en cada esquina.
“Perdimos la paciencia”
“No al pacto social”
“Frente Amplio traidores”
Y mientras el Mandatario sale al salón azul
escoltado por dos de sus ministros, pues hace rato que no aparece solo en
pantalla, en los estrechos pasajes porteños asoma el sentir más poético:
“Cuida tu fuego interno.
Expándelo por todos los rincones”
“Piensa, dale la cara a la vida”
La caligrafía se afila como cuchillos puntudos:
“Pako maldito kon ke
kara le hací
kariño a tu hija”.
El Mandatario habla, pero no dice nada. La
calle lo dice todo:
“Piñera chúpalo”
Yo
buscaba una farmacia que no encontré, pero creo que el remedio está escrito en
las paredes:
“Hasta que la dignidad sea costumbre”
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