sábado, 1 de septiembre de 2012

Estocolmo (agosto 2012)

Estocolmo es un enredo de canales, puentes, calles que tuercen hacia el mar, que retroceden por un túnel, que brincan por sobre las gaviotas y reaparecen donde no se las espera.
El tiempo también es inquieto. De los cinco días que llevo acá, van tres de lluvia y dos de sol, pero con viento.
Datos curiosos: los baños públicos son mixtos, entran hombres y mujeres juntos a un mismo espacio y luego cada cual ingresa a un cubículo. Es extraño, eso sí, estar ante el espejo lavándose las manos y al lado de uno hay una mujer pintándose los labios.
En los supermercados NO se vende nada con alcohol. Para ello hay tiendas de vino y copete.
Cuando uno paga en el supermercado, la cajera introduce los billetes en un dispositivo que se traga el papel y otra máquina escupe el vuelto.
Es una ciudad carísima: un café vale $2.400, unas papitas fritas con una coca en el Mac Donald cuesta $4.000 y un pasaje de metro para la semana cuesta $18.000

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