viernes, 21 de septiembre de 2012
Los cañonazos que derrotaron al crucero Aurora (versión completa)
9:30 de la mañana. Despierto, aunque no del todo; permanezco atrapado en una telaraña de sueños cruzados que me enredan las ideas. En uno de ellos, debía pintar –por encargo de un amigo- un frasco de vidrio en tono ámbar; en ese momento tocan a la puerta -que era un trozo de tela- y yo, junto con abrirla, lanzaba un puntapié que no daba en el blanco de mi amigo que venía a buscar su encargo.
Sacudo la cabeza y es como si agitara un tarro con piedras. Entonces caigo en la cuenta que debo preparar la maleta y la mochila para mi próximo viaje. Detesto tener que rearmar mi casa portátil cada siete o diez días. Es la parte amarga del viaje.
Bajo a desayunar en el comedor del hotel. “Alcanzaré a visitar el crucero Aurora antes de tomar el avión?”, pienso mientras mastico apresuradamente un sándwich de jamón con queso. Aparecen más pasajeros, todos están apresurados, tal vez todos abandonan hoy el hotel. “El avión despega a las 17:00. Tengo tiempo.”. Me digo mientras cuchareo un yogur, tomo un vaso de jugo de manzana y bebo una taza de café simultáneamente, atragantándome.
10:30…Comienzo a guardo mis cachivaches: los calcetines dentro de las zapatillas, los libros van al fondo, las poleras rellenan los espacios vacíos, el sweter y los bluyines encima, en fin, cierro. Mientras me lavo los dientes, releo de soslayo el fragmento de poema que copié ayer en una librería:
“La vida me demanda otro rostro
otra postura
el vaivén de los años
los escollos
las rocas
me han dejado la piel expuesta a la sal
Dentro de mí
se reacomodan las palabras
y las emociones
para un mundo que se ha hecho viejo
y desdentado
Cuesta abandonar el oasis
al que uno soñaba llegar
Mirar el entramado
de las pasiones humanas
y aprender que nadie está a salvo
de la iniquidad”.(Gioconda Belli)
“Iniquidad”, esa es la palabra que define mejor el concepto de la perfidia que se extiende como una mancha de aceite sobre la sociedad…en fin, “¿Alcanzaré a visitar el barco?”, me pregunto, que es como si me preguntara si alcanzaré a tocar la espalda de una historia que huye de mí. Y mientras todo me dice que no, la obsesión no me abandona. “¡Cómo estar en San Petersburgo y no visitar el crucero Aurora!”, me resulta imperdonable, es casi una traición. “Si desde allí se disparó el cañonazo que dio inicio al asalto al Palacio de Invierno y a la Revolución Bolchevique de 1917”.
Releo a Iñigo Bolinaza, Breve historia de la Revolución Rusa:
“La noche del 24 al 25 de octubre, hacia las dos de la madrugada, los soldados del acorazado Aurora recibieron a orden del CMR (Comité Militar Revolucionario) de tomar los puentes del Neva, en nombre del soviet y de la revolución. Al mismo tiempo, patrullas de soldados y obreros armados se esparcían desde los cuarteles y los barrios industriales, tomando por sorpresa las áreas vitales de Petrogrado, como edificios de correos, estaciones de tren, arsenales o depósitos de agua(…)Hacia las seis y media de la tarde, los cruceros Aurora y Amur levaron anclas para desplazarse río arriba, en dirección al Palacio de Invierno, con una proclama que debía ser bien oída por los que se encontraban en el interior del mismo: “Gobierno y tropas deben capitular. Este ultimátum expira a las siete y diez, tras lo cual se abrirá fuego inmediatamente”. Silencio desde el Palacio. Hasta las nueve no ocurrió nada. Fue entonces cuando el Aurora iluminó con sus potentes focos el edificio sitiado (…) A las diez menos veinte, el Aurora lanzó el primer disparo. Era una salva que anunciaba el comienzo del asalto (…) Luego Vladimir Antonov, miembro de la ejecutiva del CMR y responsable del asalto al Palacio de Invierno, anunció solemnemente ante los resignados ministros que “en nombre del Comité Militar Revolucionario, los pongo a todos bajo arresto”.
Esta es parte de la historia; entonces, me arriesgo a romper con el esquema burgués de la “seguridad” (llegar a tiempo al aeropuerto con los papeles en la mano y la maleta con el peso exacto) y así combatir a mi manera la iniquidad: voy hasta el molo de atraque del Aurora.
11:45….Dejo la maleta en la recepción. Averiguo cómo llegar al embarcadero naval. Es domingo y el Metro de la Perspectiva Nevsky no funciona, debo caminar muchas cuadras hasta encontrar otra estación. “Tengo que llegar a las 15:00 al aeropuerto; ¿alcanzaré?”. Compro el pasaje, desciendo por lentas e interminables escaleras mecánicas, subo al tren subterráneo, me bajo, salgo al aire, busco el barco, no está por ninguna parte, tampoco el Báltico.
12:30….Camino por la costanera, creo que voy en la dirección correcta. Las calles están vacías, hay grandes edificios de ojos cerrados, un viento frío que viene desde Finlandia arrastra algunas hojas. La lengua desgarrada de un afiche se sacude como una bandera rota en un muro de ladrillos.
13:00…Un edificio en construcción me impide el paso hacia el otro lado del río, sin embargo me arriesgo. Paso entre unos enormes latones acanalados que ocultan la vista y el muro de un edificio antiguo. El suelo está mojado, hay hoyos, desniveles. Me apresuro, sin dejar de mirar el reloj, prometiéndome que voy a alcanzar a llegar a tiempo.
13:20 Me desplazo por una pasarela con techo protector. A mi alrededor hay excavadoras, grúas, taladradoras, máquinas con émbolos aceitados de iniquidad, parecen restos oxidados de una guerra nuclear que quedaron abandonados como chatarra vieja en un baldío. En el piso hay clavos, trozos de alambre, manchas de aceite quemado…¿la iniquidad?...un moderno edificio semicurvo, de ojos plateados en las ventanas, ostenta en lo alto la publicidad de un nombre en letras azules: SAMSUNG. Es como si allí estuviese escrita la palabra DIOS, que no requiere de explicación, es la marca omnímoda, omnipotente y omnipresente; está allá arriba y desde allí observa, sigue nuestros pasos.
13:40 Veo un puente, avanzo, veo el barco. Apuro el paso. Cruzo, tomo fotos desde lejos. Llego al otro lado y…veo una larga fila de personas que espera para subir.
14:00 Aguardo nervioso. Fumo un cigarro tras otro. Nadie sube. Los marineros esperan a que baje la gente del turno anterior quienes descienden conversando con parsimonia.
14:30 Por fin, subo. Corro hacia el cañón histórico situado en la popa. Tomo fotos casi corriendo. Pido que me fotografíen. “¿Cuánto demorarán los dos autobuses que debo tomar hasta el aeropuerto?, ¿Una hora? No, es preferible tomar un taxi.”
15:00 Desciendo del barco. Camino en busca de un autobús que me lleve de regreso al hotel. No hay ninguno a la vista. Las calles están vacías. Es domingo. Los enormes edificios parecen abandonados. Un viento otoñal insiste en arrastrar algunas hojas del otoño que me viene pisando los talones. Una lata vacía de refresco rueda por la amplia avenida.
15:20 Llego al hotel. Consulto cuánto me costará un trayecto hasta el aeropuerto en taxi…es carísimo. Tengo que tomar un Metro y luego de un trayecto por 8 estaciones buscar el minibús número 2.
15: 40 Las ruedas de la maleta sacan chispas contra los escalones de la salida del Metro. Afuera aún es domingo. Las calles están vacías, el viento sigue barriendo las hojas. No hay nadie a quien preguntarle. Diviso algo parecido a una señal de autobús aunque bien podría tratarse de una publicidad de desodorante.
16:00 Me subo a un minibús que “parece” que va al aeropuerto porque el chofer me hizo una seña para que subiera, pero no sé si me entendió.
16:25 Llego al terminal aéreo. Corro, entro, pregunto dónde puedo hacer el check-in para Moscú. El tipo sonríe y me dice que es en otro aeropuerto.”Pulkovo”, me dice, y repite “Pulkovo”, por si yo no hubiese escuchado. ¿Solución?...un taxi. Son 400 rublos que no tenía contemplado.
16:38 Llego a Pulkovo luego de que el chofer del taxi rompiera la barrera del sonido con su auto a más de 100 kms. por hora.
16:42 Ante el mesón hay una fila. Eso me salva. Hago el chek-in. Ingreso para el registro policial. Busco la puerta 8 en una maraña de letreros indescifrables, pero reconocibles por sus emblemas. Son los silenciosos cañonazos de SAMSUNG, ROLEX, MACDONALD, KENTUCKY FRIED CHIKEN, NISSAN, TOYOTA que disparan a diestra y siniestra triturando las neuronas rusas, despertando apetitos desconocidos. Y los disparos continúan desde que, hace apenas 20 años, el socialismo se derrumbó como un castillo de naipes, con lo cual murió la ilusión de vivir en un mundo más justo.
16:52 Cruzo la barrera de acceso a la losa, soy el último en subir al bus que me lleva hasta el avión. Subo las escaleras. Ingreso al avión, Me derrumbo en el asiento y caigo profundamente dormido hasta que despierto con el golpe de las ruedas del avión contra la losa. Estoy en uno de los aeropuertos de Moscú en donde me espera Eugenia. “¿Lograré encontrarla?”, me pregunto mientras arrastro mi maleta por los pasillos desde donde me siguen apuntando los cañones del modelo económico capitalista.
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