domingo, 19 de agosto de 2012

720 horas (Berlín)



         Hoy cumplimos un mes de viaje. Tengo los ojos saturados de imágenes…se suceden unas tras otras como en un alocado videoclip: veo/recuerdo una bicicleta pintada de blanco –como si en ella hubiese pedaleado un ángel- amarrada a un poste, junto a una corona de flores en la esquina de Holzmarket y Andreasstrasse; veo  un mago haciendo aparecer y desaparecer un huevo en Old Town Square de Praga; veo dos acordeonistas interpretando la Tocata y Fuga de J. S. Bach en Alexanderplatz; veo un barco-hotel en el río Moldava; veo al niño que dijo ¨un ogro¨ cuando me vio en el bosque donde está enclavado el Castillo de la Dama Blanca; veo la joven policía checa que me tendió la mirada más dulce del mundo, esa visión brillante, el símbolo de otra vida; veo el insólito Mar de Arena en un bosque…en fin…a veces, no tengo tiempo para saborear tantas imágenes.
         Ahora cierro los ojos y siento en la piel el débil calor que ya anuncia el otoño. Ayer llovíó y hoy está parcialmente nublado. Mientras espero mi capuchino del mediodía junto a las sillas de playa que se han instalado para que el público descanse, escucho  cerca/lejos el sonido metálico de los tranvías  que circulan cortando la plaza bajo la gran torre de TV. Estoy en lo que era el sector este de Berlín, el sector repudiado por los medios de occidente, sin embargo allí sigue existiendo la amplia avenida Carlos Marx con sus diseños de parques, edificios modernos pese al paso del tiempo, amplias veredas y calzadas, allí está la torre de TV levantada por el mundo comunista y que hoy sigue siendo el emblema de Berlín y de la Alemania reconstruida. Sin embargo, el modelo económico neoliberal ha instalado aquí, casi como un emblema, los Burger King, los Mac Donalds, los boliches de comida al paso, tailandeses, coreanos y vietnamitas que se disputan la clientela con los de sushi japonés o de salchichas alemanas que se venden a 1,3 euros.
         Ya nadie quiere recordar los duros días de la Alemania nazi; los campos de exterminio; el bombardeo de los aliados y la entrada triunfal de las tropas soviéticas a la capital, asalto que culminó cuando un soldado soviético clavó en lo más alto del Reistach la bandera roja con la hoz y el martillo.
         Ya nadie quiere hablar del horror y exterminio guiado por los afanes expansionistas del fascismo. Cientos de ciudades quedaron pulverizadas, convertidas en escombros, con el esqueleto de sus edificios al aire y millones de cuerpos mutilados. Ya nadie quiere saber del holocausto, de la condición humana más miserable de un pueblo culto, inteligente y trabajador que fue cómplice – por las buenas o por las malas-  de la brutalidad del poder nazi.
         Ya nadie quiere recordar tampoco la ciudad escindida. Apenas queda un trozo de muro junto al río Speer que cruza la ciudad en silencio, tal vez avergonzado. Y contrariamente a la imagen de una muralla gris, que sostiene un rollo de alambre de púas, hoy se viste de colores y es el muro más colorinche y alegre que he visto. Abundan los murales por ambos lados, hay graffitis que hablan de la necesidad de paz, de la aceptación de la diversidad y del cuidado del medio ambiente. Los grupos más radicales son los anarquistas quienes se han apropiado de sitios eriazos, edificios vacíos sin ventanas, fábricas abandonadas. Allí conviven en comunidades que cualquiera creería de pordioseros pero que en realidad están conformados por jóvenes, adultos y ancianos que sostienen una batalla política contra un sistema de libre mercado que, de continuar, llevará a la destrucción del planeta.
         Mientras tanto en la periferia de Berlín, en Potsdam, en Charlottenburgo, en Bellevue, en Sans souci se descascaran los palacios de Federico el Grande, rey de Prusia. En los parques, que son una imitación de los jardines de Versalles, suele crecer un pasto irreverente, poco noble, pese a los cuidados de la UNESCO por preservar estos tesoros botánicos.
         Federico era culto, afrancesado y un músico notable. Compuso numerosas obras y tocaba la flauta a la perfección. Se hizo rodear de filósofos, pensadores, artistas y músicos notables como K. P. E. Bach, el hijo más talentoso de Johann Sebastián.
         En Potsdam, mandó construir un palacio a su medida. De hecho, participó activamente en el proyecto junto con los arquitectos, paisajistas y escultores más renombrados de la época. Lo llamó “Sans souci” (“sin preocupaciones”). Allí pasaba la mayor parte del año mientras su reino se gobernaba solo o bien se hundía lentamente sin que él se percatara

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         Organizó tertulias, bailes de máscaras de un marcado contenido erótico en el Salón de Mármol que aún conserva lo espléndido del trabajo de los artistas. Preparó fiestas en las cuales sólo se debía hablar en francés e invitó a divertidísimos juegos dionisíacos en las seis terrazas plantadas de vides que bajan desde el palacio hasta el parterre. Desde allí se extiende un gigantesco parque adornado con cientos de estatuas esculpidas en mármol blanco, en donde abundan las imágenes de los escarceos sexuales de hombres con aspecto de dioses griegos que despojan de sus ropas a mujeres que ofrecen una débil resistencia a los registros masculinos. Los árboles de los bosques son centenarios y están abrazados por enredaderas que trepan hasta las copas. Todo es verde y en medio de ese verdor destacan unas bañeras de mármol, una casa china en medio de los árboles, unas ruinas romanas falsas, unas glorietas adaptadas para la interpretación de la música, unos laberintos de vegetales en donde da gusto extraviarse  y recuperar una condición primitiva que hemos perdido con la civilización, allí donde da placer perderse “sans souci”. Y en este esplendor sin límites también hay, cómo no, una cocina del tamaño de una casa, un invernadero (el Orangerie) con plantas traídas de todos los rincones del planeta, un molino de aspas holandesas.

         Federico II de Prusia, llamado El Grande, pese a su corta estatura –en un cuadro pintado por Antoine Pesue, se ve a su abuelo Federico I sentado en el trono  con un cojín bajo los pies ya que sus extremidades le quedaban colgando del trono- se inclinó caramente por el estilo decorativo Rococó. 


         Se trata de un género artístico propio de decorados interiores y de las llamadas artes menores. Se caracteriza por la asimetría, las sinuosidades y la irregularidad para la cual se emplean imágenes de zarcillos, ramas, flores y un sinnúmero de formas de relleno. Tras dicho lenguaje, alegre, recargado y lúdico en apariencia, subyace la decadencia. Todo se decora casi con desesperación, los adornos de techos y paredes se entrelazan y superponen generando un proceso de ensortijamiento; abundan los espejos que repiten al infinito el vacío de tanto encaje inútil. Se acumulan porcelanas -en otro de los palacios de la monarquía prusiana, a saber Charlottenburgo, denominado así en honor a Sofía Carlota, la mujer del enano, quien murió a los 37 años –se conservan 2.600 objetos de porcelana azules y blancos (tazas, jarros, platillos,  bandejas), la mayor parte traídos desde China.


         Así pues, Federico II, desde niño se inclinó por las artes y no es de extrañar que hubiese participado personalmente en la decoración de su palacio hecho para un placer sin culpas. Era del linaje de los Hohenzollen y fue más conocido como Fritz por sus íntimos. Su constitución delicada chocaba con las rudas maneras de su progenitor, Federico Guillermo I, apodado “El Rey Sargento”. Este siempre vestía de militar y se cuenta, entre sus escasos aciertos guerreros, el haber formado la Guardia de Potsdam, para lo cual reclutó e incluso hizo traer a la fuerza a todos los muchachos cuya estatura superara el 1.85 mt. Con ello formó un poderoso ejército de 80.000 hombres. Además de su reciedumbre, fue capaz de procrear 14 hijos con su mujer, Sofía Dorotea de Hannover, quien condujo a su hijo Fritz por el camino de las letras y la música.
         El carácter y personalidad del futuro rey Federico I chocó violentamente contra la tozudez de su padre cuando en 1730, se descubrió que  Fritz preparaba su fuga hacia Inglaterra con su amante, el teniente Hans Hermann von Katte. El rey tras echar  humo por las orejas, presionó a la justicia para que castigaran al oficial desertor y obligó a que su hijo contemplara la decapitación de su amante. Permaneció deprimido en la cárcel los dos años de su encierro, durante los cuales fue privado de su condición de príncipe heredero. Para recuperar su postulación al trono, debió casarse, por imposición paterna, con Isabel Cristina de Brunswick. Apenas concluida la ceremonia, Fritz, subió a empujones a su mujer a un carruaje y la desterró al castillo más remoto de Prusia para no cohabitar con ella. Desde luego no tuvo hijos con Isabel ni con mujer alguna, por lo que a su muerte heredó un sobrino suyo.


         Voltaire que era un mal hablado y un mal agradecido pues había pasado dos años disfrutando de su estancia en Sanssouci, apenas llegó a París, contó a medio mundo que Federico I de Prusia era una “amable ramera”.
         Así pues, según el decir de un escritor, este fue uno de los reyes que amaron como reinas.

         Llega mi capuchino, le sonrío a la muchacha que me lo trae y le meto conversa, total aún me quedan cinco meses de viaje y tengo tanto que contar.


3 comentarios:

  1. Hola profesor.

    Que bueno ver que disfruta de su viaje.

    Quería saber si podría revisar un cuento que subí a este blog (que por cierto, lo tenía bastante botado).

    Le recuerdo que usted ha sido uno de mis grandes motivadores para escribir, junto con un profesor nuevo que tengo este semestre, es de Literatura infantil.

    En fin profesor, que siga teniendo un grandioso viaje, ¡disfrútelo!

    Y gracias por ser un gran profesor.

    Atte.
    Ismael Osorio.

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  2. Gracias Ismael por tus comentarios y el apoyo a mi blog. En este momento estoy en Copenhague y el miércoles 29 parto en tren a Estocolmo.
    Me parece muy bien que escribas. Sigue dándole porque mientras más escribas más vas a perfeccionar el oficio.
    Te mando un gran abrazo y saludos a todos tus companeros.
    Carlos

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    1. Hola papá... me gustó el texto y las fotos. Tu cámara saca mejores fotos en las europas. Me gustaron las nubes y el aire que se respira.
      Besitos,
      Tu hija

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