Eso decíamos: “La última y me voy”. Pero pedíamos otra. El Fidel bebía
como mascando el tinto. El Lenin entrecerraba los ojos y levantaba su copa cual
flor delicada. La Natacha tomaba como los pájaros, de a sorbitos. El Vladi,
pálido, quieto, cubierto de algas, miraba el vaso intocado con sus ojos de
aguas profundas. Pero pedíamos otra. Y
cuando ya no nos quedaban puteadas, ni suspiros y los recuerdos sólo eran olas
de vino sobre el mantel, el Vladi se desvanecía tras el humo de los
cigarrillos, iba de regreso al fondo del mar adonde lo habían fondeado los
milicos.
Carlos F. Reyes
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