lunes, 21 de septiembre de 2015

La cueca en pelotas

La cueca en pelotas

Primer pie

Cuando terminé de echar el detergente en la lavadora y oprimí el botón de encendido, el edificio empezó a oscilar con un movimiento circular de caderas. "¡Chupalla!, la cagué". De inmediato, la desconecté, creyendo que yo había sido el causante de las violentas convulsiones; pero  el meneo continuó.

Eran las 19:54 cuando se inició el terremoto más largo de mi vida.

Corrí a sujetar mis libros que se sacudían en los cinco estantes con movimiento de matracas...chaca chaca chaca...como si quisieran bailar, extendí los brazos como un pulpo intentando contener al Gabo que quería volar en medio de una nube de mariposas amarillas, retuve a Foucault que pretendía huir dando saltitos, agarré de las mechas a Patricia Highsmith que quería arrojarse desde la repisa más alta, bloqueé con el pie izquierdo el intento de escapatoria zigzagueante de Edgar Allan Poe… pero el movimiento de ula ula no cesaba.
Y no cesó.
Era un terremoto de magnitud 8.4 grados en la escala Richter.
El apacible escenario que yo solía contemplar desde el piso 15 cambió bruscamente pues el ulular de las sirenas, como en las películas de guerra, acuchilló el aire de la bahía; mi celular comenzó a recibir obsesivos  mensajes acerca de que había que evacuar la zona costera; la voz patibularia de un hombre emergió por los parlantes anunciando que había que subir a la cota 30; los vehículos policiales y de bomberos recorrían en una y otra dirección las calles del puerto con sus balizas encendidas; la radio informaba que el Sistema Hidrográfico y Oceánico de la Armada (SHOA) había decretado la total evacuación de la costa, pues un maremoto atacaría pronto el borde costero de Chile; también se hablaba de caminos cortados, de derrumbes, de muertos, de que Illapel estaba en el suelo.

Segunda patita

El pandemónium se parecía a una olla hirviendo, las réplicas no cesaban…ja…réplicas, qué forma tan  ingenua de denominar a los terremotos que siguen sacudiendo la tierra; en menos de 24 horas sentí 130 nuevos sismos, uno de los cuales tuvo una magnitud superior a los 7 grados.
El edificio seguía con sus ejercicios calisténicos de cintura como alguien obsesionado por reducir centímetros de grasa. Abrumado por el despelote generalizado que no cesaba, me uní al grupo de baile. Entonces vi que mis discos querían escapar de sus carátulas: las “Lágrimas negras” de Bebo Valdés y el Cigala resbalaron por el pilar de un estante como alquitrán derretido; la trompeta de Chet Baker pareció despertar y emitió el bajo ensordinado de Almost blue que se arrastró como una gata en celo; entonces John Coltrane, que estaba jugando un partido de basket con Miles Davis, Charlie Parker  y Thelonius Monk, así, dos contra dos, partió entusiasmado a buscar su saxo al borde de la cancha y le siguió el ritmo con sus corcheas espesas que desfilaron como una procesión de hormigas negras; en eso estaban los gringos, cuando el tío Roberto Parra escuchó la música y se picó. Sacó su guitarra y entonó, entre réplica y réplica, el Jazz huachaca de La negra Ester cuya melodía animó a los otros a bailar una cueca en pelotas. Salieron a la pista la Cesaria Évora, la Mariza y la Omara Portuondo agarrándose los churrines mientras Paco de Lucía, Víctor Heredia y Joan Manuel Serrat agitaban los pañuelos aunque bailaban como el pico…tiki tiki tiki…¡conchas de su madre!, ¡manso gueveo!

Coda

Las cosas se fueron calmando poco a poco después de 5 horas de contorneos. Estaba agotado, me dolía la cabeza y tenía la sensación de caminar sobre gelatina. Me fui a la cama, pensando en lo aporreado de mi paisito. Me vinieron a la memoria las catástrofes ocurridas solo durante el actual gobierno: el aluvión de Copiapó, el terremoto de Arica-Iquique, el gigantesco incendio de Valparaíso, la erupción de los volcanes Copahue y Villarrica, el aluvión de Tocopilla, el segundo incendio de la Perla del Pacífico, eso sin anotar en el registro a la plaga de parlamentarios zánganos, los políticos corruptos, el gobierno de mierda…hummm…como que habría que hacer un sacrificio humano…
Desperté en la mañana con un picor en el ojo, lo abrí y vi la proa de un barco que había entrado por la ventana. El mar estaba en calma, las gaviotas jugaban a perseguirse con su zalagarda habitual y el sol iluminaba la bahía. Era como si nada hubiese ocurrido.


Me vestí, dejé enfriando un chardonay y salí a comprar unos piures al mercado Cardonal, pensando en la tragedia y decidido a lavar mi ropita a mano.

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