Serán otros hombres
(de el libro "Hombre desnudo fumando en el balcón", Carlos F. Reyes)
Abre el libro que le envió su amigo periodista y repasa
los nombres de la lista tratando de imaginarse cómo era físicamente Luis Alejandro, quiénes eran los amigos de
Ángel Gabriel, cuál era el equipo de fútbol de Ricardo del Carmen, cuántos
hermanos tenía Simón, cómo le decían a Marcos Orlando, ¿acaso el Chico, el
Cabeza de Sopaipilla, el Guatón? Se imagina la nariz cubierta de pecas de
Eduardo, los ojos negros de Carlos, el pelo revuelto de Jaime, a quienes no
conoció pero que en su imaginación aparecen como en una foto tomada al equipo
de fútbol del barrio. Allí están el Lucho, el Vitoco, el Nano, el Checho y el
Pepe con sus camisetas de colores verdes-rojos-fucsias, de pie y en cuclillas
con la pelota al medio, sonrientes, en una cancha de tierra en Calama, o en un
potrero de Chiloé...pero la foto se desintegra, cae al blanco y negro, se
opaca, se difumina y se desvanece como si se estuviera quemando en las llamas del tiempo...entonces se imagina a
Patricio Narváez Salamanca sentado en la cuarta fila de la escuela D-456 de
Curarrehue o en la B-235
de Putre levantando el brazo de su
chaqueta deshilachada diciendo “presente, señorita”, a Pedro Róbinson Fierro,
“presente”, a Mario Salinas Vera, “presente”, a Jorge Antonio Aránguiz,
“presente”...Se imagina los ojos color
maqui de Niripil Paillao, el mechón rebelde de Gutiérrez Gómez, las
espinillas en la frente de Narváez Salamanca, los mocos en la nariz de Jara
Herrera, la sonrisa de Ulloa Pino al que le falta un incisivo, pero las voces
se alejan, se alargan y sólo queda la palabra “ausente” flotando en el viento
de la memoria. Sigue repasando la lista y se sorprende al encontrar el nombre
de la única mujer, Claudia Andrea, se la
imagina con trenzas, con hoyuelos en las mejillas, ve que se sonroja, que tiene
la mirada pícara e inteligente, pero el rostro diáfano de Claudia también se
esfuma, se pierde en el olvido...Sigue leyendo el libro: “Estos nombres para la
inmensa mayoría de los chilenos no dicen nada. No hay plazas ni calles que se
llamen así. No pudieron acercarse a la sociedad de consumo ni vieron la TV a color. No conocieron
internet ni jugaron con los Nintendo”(*). La lista es larga y es probable que
alguno de estos 45 niños y adolescentes
de entre seis y diecisiete años que fueron asesinados entre el 11 de septiembre
y el 31 de diciembre de 1973 haya pensado en sí mismo y levantado el puño
izquierdo después de haber escuchado las palabras finales del compañero
Presidente cuando dijo “serán otros hombres”.
(*) Martorell,
Francisco, Operación Cóndor. El vuelo de la muerte.