El rîo La Garonne desliza sus faldas de agua hacia tierra
firme antes de mediodîa. Es una dama que huye en punta de olas desde el lecho
de su amante para conservar las apariencias. El recuerdo de los besos nocturnos
va con ella. Su piel tostada aûn conserva la sal de su enamorado que yace
dormido y satisfecho en el fondo marino tras una noche de lujuria. El cuerpo
alargado de La Garonne desafîa las leyes de la gravedad al nadar a contracorriente tratando de pasar inadvertida.
Cuando cruza ante el arco de los edificios de la ciudad, los ojos de las
ventanas la ven pasar con sus ropas deshilachadas, cargada de culpas.
La Luna, estampada en el blasôn burguês de la ciudad
levantada al «borde de las aguas », mâs conocida como « Bord-eaux »,
se estremece al constatar las huellas del fragor concupiscente. Los viejos
muelles de la ciudad, barbados de lêgamo, huelen a su paso los peces, algas y
mariscos que vienen enredados entre sus muslos, en sus en-aguas.
Mâs tarde, la ciudad de los vinos parece olvidar los
escarceos sensuales de la dìsicola Garonne y tuerce la mirada hacia el pasado
turbulento de la Revoluciôn. Era, en ese entonces, la lucha entre los burgueses
girondinos- convertidos en personajes literarios por Lamartine- y los jacobinos
parisienses.
Todo indica que la tarde del 20 de abril de 1792, el
enardecido Brissot, de ojos muy abiertos, le declara la guerra a Robespierre.
Asî, un mes mâs tarde los ministros
originarios de Bordeaux dan un golpe de fuerza al renunciar. La
situaciôn se pone al rojo vivo. Los jacobinos, ni cortos ni perezosos instauran
la Comuna insurrecta de Paris. Son los primeros escarceos de la lucha de clases
entre burgueses y proletarios que continuarâ con la insurrecciôn popular de
1848 y la instalaciôn por apenas dos meses de la Comuna de Paris en 1871.
El enfrentamiento entre ambas facciones se establece en la
Convenciôn Nacional cuando los jacobinos toman asiento al lado izquierdo de la
asamblea y los girondinos –que se oponîan a la condena a Luis XVI y que
rechazaban el Tribunal Revolucionario-, acomodan sus posaderas burguesas a la
derecha.
Una de las primeras vîctimas de esta batalla entre los
revolucionarios y los dirigentes provinciales mâs conservadores, fue el mêdico
y periodista Jean Paul Marat, quien escribîa encendidos artîculos bajo el
seudônimo de « el amigo del pueblo ». Fue Charlotte Corday, quien
indignada por lo que ella consideraba los excesos de la revoluciôn, decidiô
eliminarlo. Fue a su casa, logrô engañar a la compañera del escritor y, en un
momento en que ella se ausenta del cuarto en donde Marat se daba sus habituales
baños para combatir el eccema que le devoraba la piel, sacô de entre sus ropas
un afilado cuchillo con el cual le cortô la aorta y luego le atravesô el
corazôn. Era el 13 de julio. Cuatro dîas mâs tarde la asesina fue ejecutada,
mientras David, el pintor de la êpoca, inmortalizaba en un cuadro el cadâver
putrefacto de « l’ami du peuple ».
Finalmente los jacobinos obtuvieron el triunfo polîtico que
necesitaban al conseguir el apoyo del pueblo parisino. Los dirigentes
provinciales contrarrevolucionarios provocaron una revuelta que fue râpidamente
aplastada. Muchos de sus dirigentes se suicidaron y una veintena de los lîderes
traidores fueron condenados a muerte por el Tribunal Revolucionario. Asî, la
cabeza de Brissot, con sus ojos muy abiertos, rodô al canasto de la guillotina
en 1793, mâs precisamente en el mes de octubre ; « brumario »
segûn el calendario republicano francês a causa de las brumas y neblinas que ocurren
en esa êpoca del año.
La ciudad vuelve nuevamente su cabeza hacia La Garonne
quien, al atardecer decide regresar a los acuosos brazos de su amante
Atlântico, porque ella ha satisfecho la necesidad, pero no su deseo. Y asî, la
ciudad queda, una vez mâs, entre dos aguas, tal como la mûsica flamenca de Paco
de Lucîa, la misma que otros antiguos amantes escucharon en otro continente.