sábado, 28 de julio de 2012

Entre dos aguas (Bordeaux, julio 2012)


         El rîo La Garonne desliza sus faldas de agua hacia tierra firme antes de mediodîa. Es una dama que huye en punta de olas desde el lecho de su amante para conservar las apariencias. El recuerdo de los besos nocturnos va con ella. Su piel tostada aûn conserva la sal de su enamorado que yace dormido y satisfecho en el fondo marino tras una noche de lujuria. El cuerpo alargado de La Garonne desafîa las leyes de la gravedad al nadar  a contracorriente tratando de pasar inadvertida. Cuando cruza ante el arco de los edificios de la ciudad, los ojos de las ventanas la ven pasar con sus ropas deshilachadas, cargada de culpas.


         La Luna, estampada en el blasôn burguês de la ciudad levantada al «borde de las aguas », mâs conocida como « Bord-eaux », se estremece al constatar las huellas del fragor concupiscente. Los viejos muelles de la ciudad, barbados de lêgamo, huelen a su paso los peces, algas y mariscos que vienen enredados entre sus muslos, en sus en-aguas.
         Mâs tarde, la ciudad de los vinos parece olvidar los escarceos sensuales de la dìsicola Garonne y tuerce la mirada hacia el pasado turbulento de la Revoluciôn. Era, en ese entonces, la lucha entre los burgueses girondinos- convertidos en personajes literarios por Lamartine- y los jacobinos parisienses.
 

         Todo indica que la tarde del 20 de abril de 1792, el enardecido Brissot, de ojos muy abiertos, le declara la guerra a Robespierre. Asî, un mes mâs tarde los ministros  originarios de Bordeaux dan un golpe de fuerza al renunciar. La situaciôn se pone al rojo vivo. Los jacobinos, ni cortos ni perezosos instauran la Comuna insurrecta de Paris. Son los primeros escarceos de la lucha de clases entre burgueses y proletarios que continuarâ con la insurrecciôn popular de 1848 y la instalaciôn por apenas dos meses de la Comuna de Paris en 1871.
         El enfrentamiento entre ambas facciones se establece en la Convenciôn Nacional cuando los jacobinos toman asiento al lado izquierdo de la asamblea y los girondinos –que se oponîan a la condena a Luis XVI y que rechazaban el Tribunal Revolucionario-, acomodan sus posaderas burguesas a la derecha.
         Una de las primeras vîctimas de esta batalla entre los revolucionarios y los dirigentes provinciales mâs conservadores, fue el mêdico y periodista Jean Paul Marat, quien escribîa encendidos artîculos bajo el seudônimo de « el amigo del pueblo ». Fue Charlotte Corday, quien indignada por lo que ella consideraba los excesos de la revoluciôn, decidiô eliminarlo. Fue a su casa, logrô engañar a la compañera del escritor y, en un momento en que ella se ausenta del cuarto en donde Marat se daba sus habituales baños para combatir el eccema que le devoraba la piel, sacô de entre sus ropas un afilado cuchillo con el cual le cortô la aorta y luego le atravesô el corazôn. Era el 13 de julio. Cuatro dîas mâs tarde la asesina fue ejecutada, mientras David, el pintor de la êpoca, inmortalizaba en un cuadro el cadâver putrefacto de « l’ami du peuple ».

         Finalmente los jacobinos obtuvieron el triunfo polîtico que necesitaban al conseguir el apoyo del pueblo parisino. Los dirigentes provinciales contrarrevolucionarios provocaron una revuelta que fue râpidamente aplastada. Muchos de sus dirigentes se suicidaron y una veintena de los lîderes traidores fueron condenados a muerte por el Tribunal Revolucionario. Asî, la cabeza de Brissot, con sus ojos muy abiertos, rodô al canasto de la guillotina en 1793, mâs precisamente en el mes de octubre ; « brumario » segûn el calendario republicano francês a causa de las brumas y neblinas que ocurren en esa êpoca del año.
         La ciudad vuelve nuevamente su cabeza hacia La Garonne quien, al atardecer decide regresar a los acuosos brazos de su amante Atlântico, porque ella ha satisfecho la necesidad, pero no su deseo. Y asî, la ciudad queda, una vez mâs, entre dos aguas, tal como la mûsica flamenca de Paco de Lucîa, la misma que otros antiguos amantes escucharon en otro continente.

miércoles, 25 de julio de 2012

En Meschers

Carlos, el Almirante de la Mar y Fernando, el Aspirante a Grumete

Una marina en Meschers

Annie, Berta, Ivân, Jean François, Fernando

Berta oteando el horizonte

El capitân Jean François y el grumete Fernando

Las grutas

El almirante Carlos y la subteniente Berta

El contraalmirante Ivân
Alrededor del tilo de Berta

Berta alegando por algo

Los machotes haciendo comentarios de hombres

Iglesia fortificada del siglo XII

Rollos de paja tras la siega

Patio-entrada de la casa de Berta


Una cena en casa de Françoise Escarpit

A pesar de que Françoise y Sophie (su hija) venîan llegando de Escocia se dieron tiempo y energîa para prepararnos un delicioso gazpacho y un cannard gross (pato graso) cocinado con miel de los Pirineos.
Françoise relatando alguna de sus muy interesantes experiencias como corresponsal:
Disfrutando de la amistad con Françoise y Sophie

Compartiendo un delicioso mezcal

martes, 24 de julio de 2012

Barcino (Barcelona, 20 de julio)


Hace dos mil años, un grupo de militares romanos, atolondrados por la canícula y el polvo, clavó el emblema imperial en el corazón del Mont Juic. Aquella tarde y, tal vez, mareados por el vino y el exceso de calor tendieron los hilos del trazado urbanístico como un laberinto de callejones de lo que sería Lulia Augusta Paterna Faventia Barcino.
Sin embargo, el mito, que suele revelar lo inexplicable, advierte que los argonautas, que iban tras el Vellocino de Oro, sucumbieron a una tormenta cerca de las costas catalanas. Las naves naufragaron, excepto la novena. Pues bien, Hércules, que se había unido a los codiciosos navegantes, la buscó y finalmente encontró los restos de la Barca Nona. Los tripulantes habían hallado tan acogedor el paraje que, ayudados por Hermes, dios del comercio y las artes, decidieron fundar una ciudad a la que dieron el nombre de Barcanona, o bien, Barchinona, Barcalona, Barchelona, y Barchenona.
Las construcciones de Barcino son pesadas; las calles: estrechas y sinuosas, trazadas  para protegerse del sol levantino y de los asedios militares,  constituyen hasta hoy un atentado a la memoria. Allí uno se busca, se extravía y se reencuentra tres edificios más allá, donde parecía que nunca habíamos estado. Abundan las tiendas pequeñas atiborradas de productos ultramarinos. Hay comercios que ofrecen máscaras de Venecia, camisas de seda, llaveros, flores, juguetes de rabiosos colores. En otros, es posible encontrar trescientas variedades de té –algunos con aromas y sabores de flores exóticas-, cuatrocientas formas de café y quinientas de chocolate. El comercio se intensifica durante el estío con la masiva llegada de nórdicos, alemanes, franceses y latinoamericanos, dando una sensación esponjosa de carnaval que flota entre sus callejuelas. Y mientras los hindúes acaparan el comercio de pequeños minimarkets, los catalanes conservan el imperio de sus bares oscuros, plagados de risotadas en donde uno nunca es un extraño.
En Barcino hay de todo: pasión, búsqueda, ausencia de recato, delirios juveniles, mascarada, disimulo, coqueteo y, sobre todo, la pujanza de una fuerza dionisíaca que se escurre incontenible por los resquicios de un marco de contención apolínea. Son las contradicciones de una ciudad que nace y muere cada día. Entre otros delirios, se puede escuchar un ragtime interpretado en un piano con ruedas ante la entrada de la catedral y cuya música compite con los ecos de los hosanna que escapan de la basílica; es la sombra de Ramón Berenguer IV proyectada de noche contra los muros como si un fantasma la recorriese a caballo; es el milagro que me permitió encontrar cientos de libros abandonados en una gran caja, junto a bote de basura, en donde me zambullí para salvar a Norman Mailer, Bradbury y Flaubert de los estragos del abandono. Son los sombreros de copas, tacitas de loza, muñecas de porcelana, abanicos chinos, medallas de guerra, cajitas lacadas que se venden en el Mercado Gótico. Es Santa María del Mar con sus muros desnudos, con sus anchas puertas de batiente; diseñadas para que entraran por allí los caballeros templarios en sus cabalgaduras. Adentro todo es oscuro, silente y húmedo. Los pasos resuenan contra la piedra del piso recordando la larga noche del Medioevo, mientras los flashes de los turistas socavan la oscuridad.
Barcino hace denodados esfuerzos por cuidar su lengua, esa maraña de consonantes que parece tropezar en cada sîlaba, que siempre está a medio camino entre la languedoc y el castellano. Al tiempo que trata de proteger su sentido de vida, su fe escindida entre una cruz sangrante y un puño alzado como muestra de iracundia contra los opresores.  El escudo condal chorrea sangre, pues según otro  mito, Luis el Piadoso, también conocido como el Tartamudo, habría untado sus dedos en la sangre en las heridas de Wilfredo el Velludo y luego los habrîa deslizado, dejando cuatro franjas rojas verticales en la heráldica junto con la cruz de San Jorge, o Jordi, como dicen ellos.
Barcino es una baraja lanzada al aire contenido entre los restos de las murallas fortificadas que ya no la pueden defender de la invasión de artículos electrodomésticos fabricados por japoneses, chinos y coreanos. Es el lugar donde aún florece, de tarde en tarde, el clavel rojo de la República Española, el que fue segado a sangre y fuego por las tropas fascistas en febrero del 39, cuando el Ejército Popular Republicano disparó el último tiro antes de partir en éxodo masivo hacia territorio francés. Entre ellos había 220.000 soldados del ejército republicano, 60.000 varones adultos no combatientes, 10.000 heridos y 17.000 mujeres y niños. Con el último disparo moría un sueño.
Barcino son los fierros retorcidos en los balcones, aderezos góticos estrambóticos, diseños arquitectónicos que imitan nada a fuerza de querer ser únicos. El revoltijo de estilos, que en otros lugares nos parece tan limpio, aquí se funde en un plato mal cocinado que no toca el cielo de la perfección. Es una ciudad que deshilacha al visitante con sus mezclas tentadoras de cerveza, vino, sangrías, jamón serrano, boquerones y otras delicias. Barcino desestructura, desarma y rearma. Gaudí, el epítome de lo fachoso, de lo arriesgado insípido, ideó la locura de la Sagrada Familia para hacerle cosquillas a los ángeles con sus torres permanentemente inacabadas. Así, la ciudad es una tentación de lo desconocido, allí resulta inevitable arriesgarse, adentrarse en un mundo de luces y sombras, de respuestas sin preguntas.
Barcino es tozudez, repliegue táctico ante la muerte de cada día; es un globo que estalla sin perder su forma. Son los bomberos que con sus pitazos, sonidos de matracas, reventazón de petardos y encendido de fuegos artificiales están en lluita contra los recortes económicos de los actuales gobernantes. Estos bomberos son los que arrojaron un mar de espuma en las calles porque, eso sí, “el cachondeo viene bien, vamos”; los que les reventaron los neumáticos a los carros policiales en Madrid; los que se sentaron en el suelo frente a los vehículos de la policía para impedirles el paso; los mismos que saltaron las vallas que protegían el edificio del Parlamento Catalán de la avalancha popular. Son los héroes de la ciudad y, como tales, fueron despedidos con aplauso, vítores y cánticos que decían “Más bom-beros, menos po-li-cías”.
Barcino-Barcelona, es este nudo en donde Gutemberg encontró sus más fieles devotos; tal es así, que cuando se celebra San Jorge, día de la ciudad, se festeja no sólo a los enamorados sino que simultáneamente se conmemora el Día de los Libros y los amantes cumplen con el rito de regalarse escritos entre ellos.
Estos son algunos de los encantos y maldiciones de la ciudad condal, revolucionaria, apátrida, rebelde, gozosa y transgresora. Una ciudad que invita a dejar de ser para saber quiénes somos.

lunes, 23 de julio de 2012

Recepcion en Bordeaux y paseo por la ciudad

Ivàn, Jean Louis, Vladi y papito

Celebrando con mi amigo Ivàn

Esperando el asado

En el espejo de agua de Bordeaux

Mi amigo El Flaco caminando sobre las aguas

Mis amigos Annie, Ivân y Fernando en Bordeaux
En varios rincones de Bordeaux hay maquetas que ayudan a comprender la ciudad de mejor forma

Avanzamos lento, pero seguros

Camino a casa de Ivân

Magnîfica foto tomada por El Flaco en le mirroir d'eau de la Bourse

Despedida de Barcelona

Los chicos disfrutan del almuerzo

Salucita

Una sonrisa siempre viene bien

Yo preparé estos camarones al ajillo con un ceviche de pulpo