miércoles, 28 de noviembre de 2012

Concentracion en la Plaza Tahrir

La Plaza Tahrir o de la Liberacion ha sido el lugar de las manifestaciones populares para exigir cambios que contribuyan a la democratizacion del pais. Ayer martes se congregaron all'i decenas de miles de egipcios con banderas, pancartas y gritos pidiendo que el Presidente Mosri anule un ultimo decreto que le otorga  poderes absolutos, es decir, reune en sus manos todo el poder (Ejecutivo, Legislativo y Judicial, la vieja triada formulada por Montesquieu poco antes de la Revolucion Francesa).
Al mismo tiempo los Hermanos Musulmanes suspendieron una marcha que tenian programada para el mismo dia y hora.
Sin embargo Morsi no da su brazo a torcer, como decimos en Chile.
Los manifestantes se tomaron la plaza, instalaron sus carpas (ellos son expertos en este tipo de instalaciones porque cada vez que salen al desierto las llevan consigo) en una clara muestra de rechazo a los afanes dictatoriales del jefe de Estado.
All'i instalan sus sillitas, beben te y, sobre todo, conversan mucho.

Los jovenes asesinados por la dictadura de Moubarak son representados en los muros. Para la gente, ellos se han convertido en 'angeles del pueblo, son sus martires.


Tuve el honor de conversar con este egipcio encadenado que me regalo una fotocopiua de un diario cuando la policia de Moubarak lo detuvo y le saco la contumelia (como decimos los viejitos)

Esta senora me impresiono, porque quiso que le tomara la foto del muchacho asesinado en las revueltas que derrocaron a Moubarak, quiz'as su hijo, por lo cual clama por justicia.

La soiedad egipcia ha vivido durante muchos anos en una situacion de oprobio, restriccion y miseria de la cual quieren sacudirse. La gente sigue los acontecimientos por la TV, por la radio y en todos lados se discute mucho.

Desde la Plaza Tahrir,  Un abrazo a todos desde Africa en mi ultimo dia en estas convulsionadas tierras.
Carlos El Viejero


lunes, 26 de noviembre de 2012

Luxor, Karnak y el Valle de los Reyes

Luxor es un enclave que se encuentra a 660 kms. al sur de El Cairo siguiendo la línea del río Nilo. Son vestigios tienen más de 4.500 anos y corresponden a la antigua capital Tebas.
El viaje en tren dormitorio dura alrededor de 10 horas y cruza por el desierto blanco.
El clima es benigno (26 grados) sopla un viento fresco muy agradable desde el río, que curiosamente es de color azul. Hay que cruzarlo en ferry para ir al Valle de los Reyes en donde hay unas 50 tumbas de los principales faraones. Descender hacia los sepulcros  es una aventura cargada de emociones mientras se baja junto a las paredes y el cielo que están pintados con escenas de la vida del difunto. No se permite entrar con cámara con flash, de modo que no pude tomar fotos. Les envío algunas fotos de este convulsionado país, donde me parece que va a correr mucha sangre ante los intentos dictatoriales del actual presidente Mosri. Es cuestión que vean las noticias.  Un abrazo a todos y todas por haber tenido la paciencia de esperar muchas veces mis textos e imágenes, pero aquí es complicado conseguir internet. De hecho estoy escribiendo sobre un teclado en donde no se ven las letras..jaja..por suerte me sé el teclado de memoria.
La avenida de los leones en Karnak

Recinto en Karnak
En esta parte de Karnak hay más de 300 columnas, es inmensas


El Nilo
Ali Baba (así me bautizaron los compadres que cuidan las tumbas) conduciendo un vehículo para turistas.
Entrada a Luxor
Junto a una esfinge de Luxor
Detalle de un bajorrelieve que muestra una ofrenda de agua
Detalle del interior de Luxor
Disfrutando de Ra (el dios sol)..huummm que delicia.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Fotos de El Cairo

Bazaar en El Cairo
Manifestacion en la Plaza Tahrir(o de la Liberacion)
Carlos el-Sheik
La Esfinge, las piramides y ella
Carlos el-Sheik (aunque un amigo me puso El Califa)
Abdul y su camello
En las pir'amides de Giza muy bien acompanado

Fotos de ESTAMBUL

La Mezquita azul de noche
Músicos derviches en la estación del Expreso Oriente
Derviches musulmanes bailando una danza que tiene casi un milenio de existencia
Cisterna subterranea en donde se acumulaba agua en la epoca de los romanos
Trencito que recorre solo 8 cuadras y luego se pierde en el mar
Piscina en donde calmaban sus ardores las odaliscas  del harem
Tram que recorre parte de Estambul

Divan del Harem de Sultanameth
Hagia Santa Sofia
Tienda en el Gran Bazaar







La mezquita azul por dentro.

Atrás se divisan los minaretes de la mezquita azul.

miércoles, 14 de noviembre de 2012


De cuando conocí al conde Drácula  

(Del libro "Hombre desnudo fumando en el balcón")



        
Tras despertar de un sueño agitado, tomé conciencia de que estaba en un hotel de mala muerte en la capital de Rumania tras haber recorrido 11 países europeos durante tres meses.
Me asomé a la ventana y vi que en la esquina había un local de comida en cuya cocina un panificador estiraba la masa de una pizza y luego le agregaba  ciertos productos que iba sacando de una caja. Imaginé, como en el “Festín desnudo”, que el hombre  le añadía grillos con sombreros de copa, cucarachas vestidas de novia, movedizas lombrices que hablaban entre ellas, caracoles con quitasoles, pececillos con ruedas, mariposas con muletas,  hormigas de colores iridiscentes, caballitos de mar con anteojos y una procesión de bichos que componían un verdadero cuadro de El Bosco.
         Cerré la ventana y me fijé en un mapa amarillento que había clavado en la pared del cuarto. La palabra Transilvania escrita como una larga curva hacia arriba, me sonreía como si hubiera estado esperando a que yo la leyera.
Impulsado por un extraño sentimiento que aún me resulta incomprensible, me asaltó el deseo de conocer la región.
         Me dirigí, pues, a Dosbritechey, una pequeña aldea situada en la parte baja del castillo del conde Drácula. Viajé durante horas en un autobús desvencijado que tenía roto el tubo de escape por donde salía un humo picante que me escocía la garganta.
En el primer asiento del lado izquierdo viajaban dos ancianas con pañuelos amarrados a sus cabezas. Conversaban hablándose al oído, para lo cual ahuecaban la mano cada vez que querían decirse algo. Dos asientos más atrás, iba un campesino que dormitaba. Su cabeza resbalaba lentamente hacia la ventanilla y cuando chocaba contra ella, levantaba el rostro como queriendo indicar que no estaba dormido. Pero a los pocos minutos, su cabeza comenzaba a doblegarse nuevamente.
En la mitad de la fila de asientos del lado derecho iban sentadas dos niñas que jugaban a atraparse las trenzas y para evitar que la otra se las tomase movían la cabeza de un lado a otro, lo cual me hacía pensar en dos pequeños aviones que movían sus hélices. Yo iba en uno de los últimos asientos dando saltos a cada tumbo.
A eso de las cuatro de la tarde, el bus inició el lento ascenso hacia los Cárpatos, dejando abajo una masa de nubes grises que cubrían el valle. Un desteñido sol otoñal no lograba entibiarme pese a que viajaba junto a la ventanilla del lado derecho. A cada curva, veía con horror el profundo desfiladero que se abría junto al vehículo.  En una de las vueltas, el chofer aplicó los frenos y gritó algo en búlgaro-rumano que no entendí, pero que bien podría significar: “¿Quién se baja aquí?”. Como nadie respondió, torció hacia la izquierda y continuó el ascenso por un camino de tierra que se adentraba en un bosque. A eso de las cuatro, escuché un violento crujido de huesos de acero al tiempo que el bus se desvió peligrosamente hasta quedar atascado en una zanja. El chofer gruñó algo apagó el motor y se bajó. 
La luz del atardecer declinaba rápidamente de modo que pronto la oscuridad cubriría por completo el bosque. Mientras descendíamos, se levantó un viento gélido que agitaba las ramas y se colaba por entre los matorrales produciendo un sonido semejante a los aullidos de un animal herido.
El chofer informó del destrozo de la máquina al tiempo que golpeaba desesperado la esfera de su reloj, indicando con ello que había que apresurarse. Luego se metió debajo del bus con unas herramientas en la mano. En ese momento los  pasajeros emprendieron una rápida huida en diversas direcciones a través del bosque. Yo miraba hacia un lado y otro sin saber hacia dónde tomar. Le golpeé con mi pie el zapato y el chofer se asomó gritándome algo, a la vez que me mostró sus cinco dedos, y luego con el índice me señaló con insistencia el camino que me faltaba por recorrer. Lo hizo repetidas veces hasta asegurarse de que yo había comprendido y luego desapareció bajo el bus.
Si no había entendido mal, tendría que seguir caminando hasta llegar a Dosbritechey y que debía apresurarme. Hecha esa deducción, emprendí la caminata. Y claro, tenía que llegar a la aldea antes de que sus habitantes se refugiaran en sus casas. Imaginé una taberna, comida y un buen vaso de vino que me entibiara. Alentado por esta idea, apuré el paso, mientras iba mirando a un lado y otro cada vez que escuchaba un crujido de ramas. Una mancha blanca, seguramente la luna semioculta por las nubes,  asomaba de tanto en tanto por entre las ramas altas que como garras arañaban el aire. Poco antes de llegar a la aldea escuché el inconfundible aullido de un lobo como si estuviese dando un aviso.
Efectivamente había una taberna y a través de la cortinilla de sus ventanas se divisaba una cálida luz que invitaba a entrar. Puse mi mejor sonrisa, abrí la puerta, pero adentro no había nadie.
Las mesas permanecían cubiertas por unos primorosos mantelitos bordados, pero sobre ellas no había nada. Tampoco tras el mesón de lo que correspondía al bar. Avancé, haciéndome anunciar, pero mi voz salía opacada por las maderas de los muros. ¿Tal vez los dueños se encuentren en la parte posterior?, pensé y seguí curioseando por el lugar, hasta que se abrió una puerta lateral por donde salió, de espaldas a mí, una mujer arrastrando una alfombra enrollada. Yo no me atrevía a hablarle por temor a asustarla, pero tampoco me animaba a retroceder, de modo que me quedé allí, esperando a que ella chocara conmigo.
El chillido que pegó cuando me vio, me paralizó. Luego, sin preguntarme nada me echó a empujones y cerró la puerta con doble llave. Poco después se apagó la luz del local. Me quedé parado en una plaza adoquinada que tenía una fuente seca. Sólo se escuchaba el ulular del viento. Caminé por la única callejuela del lugar escuchando el eco de mis pasos hasta que divisé una señal de latón oxidada que decía castle.
Como aún me quedaban energías y la curiosidad era más poderosa que mi racionalidad, emprendí el camino hacia el castillo. No era fácil avanzar pues, al parecer, había ocurrido un derrumbe y el sendero estaba cubierto de rocas y ramas de árboles.
Cuando llegué al recodo del camino, vi la alta reja de entrada. En ese preciso momento la luna se abrió paso entre las nubes e iluminó las ruinas de una fortaleza que se alzaba en diagonal sobre un promontorio. Tras la reja entreabierta había en el patio central cerros de tierra, una pala ancha, una escalera de mano tendida en el piso, un carromato con una rueda rota cuyas varas apuntaban hacia el cielo, maquinarias de labranza oxidadas, palas y horquetas apoyadas contra los muros de piedra.
Unos murciélagos revolotearon, lanzando chillidos como si quisieran acuchillar el silencio. Subí los peldaños de piedra y empujé el portalón. Ante mí se abrió un enorme salón casi desierto iluminado por los leños que crepitaban en una gran chimenea. El vaivén de las llamas hacía que las sombras de los escasos cuadros, pilares y sillones, se movieran de un lado a otro.
Me acerqué al fuego y entonces lo vi. Estaba sentado en un sillón de respaldo alto. Sus ojos velados por las cataratas no podían verme. Sostenía en su mano izquierda una copa con un líquido rojo, mientras con las largas uñas de su mano derecha rascaba el deshilachado apoyabrazos como un gato que afila sus garras.
No lo podía creer. Allí estaba Drácula. Las arrugas de su piel tenían una  textura de chorreaduras de velas y su rostro estaba tan reseco que parecía un higo deshidratado cubierto de harina. En ese momento me vino un repentino ataque de tos cuyos tijeretazos, cortaron la fina tela de silencio que cubría los objetos.
-Tomillo.
-¿Qué?
-También le podés poner hojas de palto. Te lo tomás y te abrigás.
-¿Co..cómo?
-Santo remedio, me lo daba mi vieja.
No se movía, pero era su voz, sin duda. Al igual que él, me quedé inmóvil, boquiabierto.
-¿Fumás mucho?
-Bue…una cajetilla diaria…
-Serás boludo. Yo lo dejé hace tiempo, ¿sabés?
De pronto giró su cabeza hacia mí con un ruido de papeles arrugados.
-¿Me acompañás con un tinto?
-…es que…
-¿Acaso no podés beber la sangre del Señor?...es la mejor…te lo aseguro.
Entonces reparé en una mesita que había a su costado con una botella y una copa de cristal de Bohemia. Acerqué una silla y me senté frente a la chimenea. Tomé la botella sin etiqueta, y vertí un chorro en el vaso. Introduje la nariz en la copa y olí un bouquet de maderas nobles.
Al beber, sentí el inconfundible aroma de un Malbec.
-Huumm. ….tiene aroma!...cuerpo!…humm es…
-¿Y?, ¿qué querés?, yo sólo bebo de selección. Pero p’al bife, prefiero el caberné. Eso sí, la carne me gusta muy sanguinolenta, me gusta ver ese jugo rojo que se escurre, que…
¿Sería una marioneta con un parlante activado desde una cabina?...algo no me calzaba en su imagen de ser arruinado, pero que seguía disfrutando de ciertos placeres, pues era evidente que aún no cruzaba la línea de la miseria.
-¿Y?, ¿qué pensás?
-¿Ah?...ah, sí, el malbec…está de mascarlo.
-¿Y?, ¿te apetecen unas morcillas?, aunque algunos les dicen prietas.
-Pero…
-Mirá, che, están fresquitas…sangre recién coagulada, en su punto.
El efecto de la segunda copa de vino ya estaba haciendo efecto en mi cabeza, de modo que acepté muy a mi pesar.
-Ya, pero con pancito.
-Mirá que tenés suerte. El gordo Grigorescu me trajo hoy su especialidad: el Pan del Muerto…¿vos lo conocés al gordo?
-Nn..no…
-Es un jorobado. Da asco, siempre anda con los mocos colgando y tosiendo. Pero no me hace caso, le he dicho: tomillo y hoja de palto, santo remedio. Pero es medio deficiente el pobre. Se ríe solo y se orina en los pantalones. Pero hace un pan delicioso. ¿Lo querés probar?
-…….
-Esperáte un segundito, que lo voy a llamar al Enano.
Metió su mano de color ceniza por entre la gruesa bata de terciopelo color sangre y sacó un teléfono móvil.
No, no lo podía creer. ¿Estaba soñando?, pero ¿cómo?...¿Drácula hablando por un teléfono móvil?...era inverosímil…seguramente era el vino, mi cansancio, la noche en el sórdido castillo…
-¿Enano?...¿estás ahí o te la estás haciendo, mugriento de mierda? Dejate de ver películas cochinas, puto de la gran siete y atendeme.
-……..(sonidos de respiración entrecortada)
-Traenos morcilla, pan, jamón serrano, queso búlgaro…¿me estás escuchando, boludo?,
………(sonidos más entrecortados)
-¡Pará!, ¡pará de una vez, te digo!
……….(jadeos)
-¡La puta que qué te parió!...escucháme bien, degenerado…ponés los alimentos en unos platitos, agregás otro par de botellas, te traés el cubierto en una bandeja y lo ponés todo en el carrito, ¿me entendés?, ¡ah!, pero antes lavate bien las manos ¡¡¡o te vas a ir a la concha de tu madre!!!
-………….
-¿En qué estábamos?...¡Ah!, sí, el Pan del Muerto, el gordo sólo lo fabrica para fechas como hoy, martes 13. No sé qué le agrega, pero le queda crocante por fuera aunque por dentro es un tanto gelatinoso como de médula de hueso.
No sé cómo se las arreglaba, pero su copa siempre permanecía llena. Tal vez en un descuido mío, cuando yo volteaba la cabeza para descubrir el origen de un ruido extraño, él escanciaba su copa.
A la cuarta copa, escuché que se abría una puerta y una sombra larga se extendió por sobre el embaldosado blanco/negro del castillo. Sin embargo era el enano que empujaba una mesita con ruedas de madera que chirriaban. Vestía un albornoz gris y la capucha le cubría la cabeza, de modo que no le pude ver el rostro. Cuando estaba cerca de nosotros le dio un empujón a la mesita y se alejó al trote, aparentemente asustado. Parecía una enorme rata corriendo hacia la cocina.
-Parece que le tiene miedo.
-¿Miedo?, ¡qué va tener miedo ése! Ahora partió corriendo para seguir meneándosela. Lo peor, hermano, es que se mete zanahorias y pepinos por el orto y después me pregunta si quiero ensalada….Enano de mierda, un día de estos le voy a dar una patada en el culo, no lo hago solamente porque…
Yo seguía profundamente intrigado acerca del personaje que estaba junto a mí. Pero no me atrevía a averiguar más. Tenía uno de esos ataques de pudor que me impedían preguntarle quién era realmente. Hasta que la incomodidad creció a tal punto que ocupó el lugar del silencio. Entonces me atreví.
-Este…a ver…sabe don Drácula…¿le puedo decir así verdad?
-Pero qué boludo que sos, ¿es que todavía no te das cuenta?...me llamo Diego Armando, igual que el petiso de Boca; grande el chico ése, aunque ahora con Messí…en fin, Monticelli, por parte de mi viejo, y Benavente, por la vieja que era gallega. Ambos descansan en paz, allá en Chacaritas. Pobres viejos.
-Pero…es que yo…yo quiero saber si usted…
-¡Ah!, ya sé, es esta máscara de mierda que tengo que usar. Se me había olvidado, perdoname.
Acto seguido con su mano cogió un trozo sobresaliente de su rostro desfigurado y lentamente lo fue despegando de su cara tras tirar de unas lenguas de pegamento que seguían adheridas, hasta arrancarla por completo.
Era un hombre mayor, de pelo corto, de ojos celestes, que tenía la suave mirada de un abuelo pícaro pero bonachón. Parecía un gnomo. Luego se arrancó los guantes de uñas largas y pude ver sus dedos rosados y regordetes.
-Pe..pero… entonces…usted no es …
-Na…esas son pamplinas…soy actor y me contrataron para asustar a la gente. El dueño cree que se puede montar un espectáculo aquí…qué sé yo…”La semana de Drácula”, o “Drácula y los vampiros ” o esos nombres boludos que inventan los yanquis: “Vamos juntos al castillo de Drácula”. No me pagan mal, pero me aburro. ¿Y vos?, ¿qué me decís de vos?...pero servite con confianza,  andá, dale…mirá que tenemos la bodega llena. ¿Y?, ¿cómo te llamás?
-Carlos…aunque pensándolo bien, no existo. Sólo soy un narrador obsesivo, detrás del cual se esconde el autor. Claro que esto quede entre nosotros.
-¿Cómo así, che?
-Mira, yo creo que al autor se le salió un tornillo. Le dio por viajar por Europa y África, siguiéndose a sí mismo, escarbando en sus paisajes interiores. Es un  tipo  solitario en constante búsqueda  de no sé qué. Me da lástima. El pobre no sabe o, tal vez sí, que todo camino es circular y que no lleva a ninguna parte sino al interior de uno mismo.
-Mirá que lindo pensamiento.
-Sí, pero no es mío…ni de él, es de Baricco.
-Baricco…Baricco…no, no me suena. Yo conocí a un tal Batistuta, empezó jugando en el “Tres estrellas” del barrio Once…pero a ver, no nos perdamos, ¿cómo es que vos no existís?
-Es que todos estamos metidos en un juego, igual que tú, que no eres Drácula, sino Marado…quiero decir Monticceli. La cosa funciona así: al autor de repente se le ocurre algo y para escribirlo necesita un narrador, un personaje inventado, como yo. Y entonces el relato se parece a las muñecas rusas, esas que van una dentro de otra …¿se entiende?
-No…Mejor brindemos. Salud, hermano, por tu juego, aunque prefiero el fútbol.
-Salucita.
Tomá con confianza, que el enano ayer no más lavó las copas…En fin, che, se me cierran los ojos así es que me voy a la cama.
-¿Y yo?
-Vos podés dormir en cualquiera de los 13 cuartos que hay en el segundo piso. Eso sí, ponele tranca a la puerta, mirá que el enano anda alzado…en fin, ya sabés como es. Chau.
-Gracias Marado…gracias, Monticelli.
Subí la escalinata un tanto mareado, apoyándome en una baranda hecha de palabras, pisando los peldaños que se convertían en letras sueltas porque, al final de cuentas, todo era un artilugio verbal diseñado para engañar al lector cuando  escribí que…Tras despertar de un sueño agitado, recordé que estaba en un hotel de mala muerte en la capital de Rumania tras haber recorrido 11 países europeos durante tres meses.